Posts Tagged ‘puerta’
Moraleja
Posted in Cuenta atrás, Frases, tagged aire, cerrar, frase, moraleja, morir, puerta, ventanas, vientos on 11 enero, 2015| Leave a Comment »
Cuando una puerta se cierra, las ventanas se bloquean, te quedas si aire y te mueres.
ZAS!
Mi estar orgullosa!
Posted in Días buenos, Fotooooos, Frases, tagged ansiedad, buen, creer, día, desintoxicación, entrar, feliz, habalr, momento, orgullosa, pensar, preguntar, puerta, recordar, saber, superar, tonta, verdad, yop on 24 octubre, 2013| 2 Comments »
Estoy algo contenta la verdad. Más bien orgullosa de mí misma por cómo estoy superando cierta ansiedad… sigo en desintoxicación y creo que voy bien…. ayer me di cuenta de que no había pensado en ello (EL) en todo el día, justo hasta que apareció por la puerta. Y eso es bueno no??? Quiero decir, no pensar en algo o en alguien hasta que te preguntan, te lo recuerdan o aparece de golpe es una buena señal no??
Pues eso, que lo estoy superando, que estoy bien y sip, es cierto que estoy pensando ahora en ello porque os lo estoy contando, pero ya no es lo miemo de antes… cada día sufro menos ansiedad cuando llega el momento en el que el entra por la puerta…
El cuervo
Posted in Bipolar, Cuentos, Frases, tagged alma, compartir, conversación, Cuervo, Edgar Allan Poe, guardián, imágen, nada, palabras, pájaro, poema, puerta, recuerdos, ventana, visión on 23 mayo, 2013| Leave a Comment »
Comparto un relato que un amigo me envió hace mucho y que hoy, limpiando he encontrado. Es de Edgar Allan Poe:
En un atardecer triste y quejoso
meditaba yo, débil y abrumado,
sobre un volumen de ciencias muy curioso
de temas que ya estaban olvidados.
Mientras cabeceaba somnoliento,
oí como si repicaran suavemente
en la puerta cerrada del salón.
“Será alguna visita, —pensé yo—
que está llamando a la puerta de atrás.
Es eso, sólo eso y nada más.”
Ah, recuerdo claramente
aquel diciembre anodino,
y el rescoldo mortecino
que hacía sombra en el suelo.
Mientras pedía vanamente
a los libros un consuelo.
Me estremecí al ondular
de las púrpuras cortinas,
con ese ruido sedoso
del fantasma que camina.
Mi corazón temeroso
del pecho quería saltar,
y yo repetía angustiado
para poderlo callar:
«Es sólo un visitante que quiere entrar.
Es eso, eso es sólo, y nada más»
Mas de pronto mi alma tomó aliento
y sin dudarlo, lancé mi voz al viento:
«Señor —dije— o señora, lo lamento,
y os imploro perdón de corazón.
Pero ha ocurrido que,
como estaba yo medio dormido
y llamasteis tan sin hacer ruido
a la puerta de mi habitación,
pues apenas si os he oído»
Y abrí de par en par:
oscuridad, tan solo, y nada más.
Di la vuelta tras cerrar;
sentía mi sangre caliente,
cuando de nuevo, oí llamar,
esta vez más fuertemente.
«Eso es —dije yo— eso es seguramente
que sin duda esta mañana
alguien dejó sin pensar
cualquier cosa en la ventana»
Abrí de par los postigos
y entró, cual si fuera amigo,
con revoloteo ruidoso,
un cuervo majestuoso.
No hizo reverencia alguna,
y con un aire altanero
de dama o de caballero,
sin batir casi sus alas,
con la mirada despierta
saltó, se posó en la puerta,
luego en el busto de Pallas,
y nada más.
«Aunque tengas la cresta rala y lisa
no es tu actitud sumisa.
Tú, que por el margen de la noche vagas,
dime, cuál es tu nombre,
antes de que deshagas
lo que plutónicamente
te da el hombre, pájaro carroñero»
El cuervo dijo: «nunca más»,
y nunca diría otra cosa.
De pronto noté el aire perfumado:
un invisible incensario balanceado
por ángeles cuyo tintineo
quedaba en la alfombra amortiguado.
«Miserable», le increpé;
«Dios por medio de estos querubines
te envuelve en el descanso y el sopor
que alivian el recuerdo de tu amor.
Apura, apura este filtro que asegura
el no acordarte más de tu locura»
Y dijo el cuervo: «nunca más».
«Que estas palabras sean tu despedida,
pájaro demonio; —chillé furioso—
aléjate de mi vida,
ve a tu noche de plutonio
y no dejes pluma atestiguando la mentira
que tu alma invoca.
Mi rebeldía se ha convertido en ira.
Baja del busto de roca,
no busques mi corazón
y desaparece de mi habitación»
Y dijo el cuervo: «nunca más».
«No busques, cuervo, mi corazón,
desaparece de mi habitación»
Y dijo el cuervo: «nunca más»
Y el cuervo inmóvil,
cerradas las alas
ahí sigue parado,
sobre el busto de Pallas.
Guardián inmóvil
de mi imagen muerta,
escudriña mi ser
desde la puerta.
La luz proyecta su imagen en el suelo,
donde yace mi alma sin consuelo.
Donde ya siempre mi alma yacerá
pues no podrá levantarse
nunca más.
Tras la puerta
Posted in Cuentos, tagged amanecer, amor, cerrar, decir, decisiones, desamor, dolor, gritos, lágrimas, odio, pasar, pies, puerta, reproches, respiración, sobra on 14 febrero, 2013| Leave a Comment »
Lo de anoche fue una batalla sin precedentes. Todavía se ven por el suelo los cadáveres de todas las cosas que se tiraron a la cabeza (literalmente). Ambos dijeron muchas cosas que sentían desde hace tiempo, pero las disfrazaron de reproches y dolor envueltos en una buena capa de gritos. Las lágrimas siguen cayendo por sus mejillas al amanecer, ni ellas han conseguido paliar el daño hecho horas antes. Ella está de pie apoyada en la puerta y escucha su respiración al otro lado, la conoce muy bien, ha dormido junto a ella muchas noches. Él está sentado en el suelo, observando la sombra de sus pies descalzos bajo la puerta. Ninguno dice nada, no se mueven y continúan así durante horas, como si dejando pasar el tiempo las cosas dichas desaparecieran solas. Ni uno ni otro se atreve a girar el pomo… y de ese modo, sin mirarse ni una sola vez más, ambos dejan la puerta cerrada para siempre.
Bajo la manta…
Posted in Días buenos, tagged amanecer, atraer, bañera, cena, cenar, citas, compañía, destino, dormir, hombre, nevera, noche, ojos azules, pareja, perro, personas, Pongo, puerta, restaurante, rosa, simpático, soñar, solterona on 26 enero, 2012| Leave a Comment »
Carla llegó a casa… antes de abrir la puerta ya se había quitado los zapatos. Al entrar saludó a Pingo, su perro y abrió la nevera mientras se quitaba la falda. Miró su interior durante varios segundos y finalmente la cerró sin coger nada, no es que tuviera hambre, la cena en el restaurante no había estado mal, mejor que anteayer, pero había decidido no volver allí con ninguna otra cita. Estaba cansada de ir siempre a cenar al mismo sitio, probar diferentes platos con diferentes personas y no conseguir sentirse nunca como aquella vez.
La compañía esa noche había sido agradable, el tal Pedro o Pablo, ya no se acordaba del nombre, era simpático, abogado, con una sonrisa perfecta y muy interesante, recordaba haberse reído un par de veces durante la cena, hasta le regaló una rosa. Desde el primer momento Carla se sintió a gusto y cómoda, hasta que llegó el final de la cita. Ese siempre es el momento que más teme de las citas, ese momento de despedida en el que no sabes cómo reaccionará tu cita, por suerte Pablo-Pedro se despidió educadamente con dos besos y un «ha sido una noche magnífica».
Mientras se bañaba, le vino la imagen de sus ojos, unos ojos azules que a muchas mujeres les habría atraído desde el primer momento pero, por más que no intentaba, por más que buscaba algo de ese hombre que la atrajera lo más mínimo para agarrarse a ello desesperadamente, no lo encontró. Se permitió quedarse uno minutos más en la bañera y dejó de pensar.
Conforme se secaba el pelo delante del espejo se preguntó que era lo que había mal en ella, desde bien pequeña decidió que no quería ser una solterona como su vecina y que viviría amores de todo tipo hasta casarse con el hombre con el que amanecería en su último día. La primera medida que tomó para facilitar la llegada de su destino fue comprarse un perro en vez de un gato, si el destino quería fastidiarla por lo menos no viviría rodeada de gatos. Y ahí estaba Pongo, tumbado en la puerta del baño y mirando a su dueña con cara de pena, como si supiera lo que estaba pensando su ama. Carla le acarició y fue directa al dormitorio.
Se hizo una bolita debajo del edredón y esperó a que el sueño llegara… sólo un instante antes de caer rendida sintió nostalgia de no tener a nadie a su lado en la cama, pero sólo fue un instante. Se acordó de que más de una noche como está podría haber dejado al Pedro o Pablo de turno compartir la cama con ella, pero sabía que por la mañana no querría verlo debajo de la manta… soy quería despertarse junto a un hombre, uno que no iba a conocer en un bar, un hombre que había conocido mucho tiempo atrás…