Me apetecía rescatar este texto, a ver si así me animo a volver a escribir algo:
Ella se despierta cada mañana con la esperanza de encontrarse con él en el ascensor. Por muy malo que sea el día, procura llegar a la misma hora para coincidir de nuevo con ese misterioso chico durante apenas un minuto. Desde el primer día que le vio en el ascensor, algo le atrajo de él, le vio guapo pero con una expresión triste y misteriosa. Debían tener el mismo horario, pensaba ella, eso estaba claro, no iba a quedarse todo el día en el ascensor sólo para verla y encima no cruzar palabra. De todos modos, esos segundos en el ascensor le relajaban mucho. Todos los días se despierta cinco minutos antes para no perder el ascensor a las 8:13.
Él recuerda perfectamente el día que la vio por primera vez. Justo hace tres semanas, iba de camino al entierro de su padre, abatido, triste y pensando en el tiempo que llevaban enfadados y sin hablarse, de repente, la puerta del ascensor se abrió y apareció ella, con una preciosa sonrisa y un simple «Buenos días». Le pareció un ángel y hasta llegar a la planta baja se sintió como anestesiado y relajado. Desde ese martes, todos los días llega a las seis de la mañana a casa de trabajar, se da una ducha rápida, se pone el traje y desayuna mientras espera a que el reloj marque las 8:13 para coger el ascensor, deseando que dos pisos más abajo, pare para que ella se suba. Después sale del portal va a comprar el pan y se vuelve a casa a dormir, hasta que a las seis y media de la tarde, vuelve a ponerse en traje y baja al portal para encontrarse de nuevo con ella a las 18:38, con la esperanza de cruzar alguna palabra más que un «Buenas tardes», luego va a casa, se pone el uniforme y se va a trabajar.
Todos los días la misma rutina para coincidir durante un minuto, a las 8:13 en el ascensor. Pero eso sí, un minuto que para ambos es el minuto más importante del día…