Jugaron una partida de dardos, como en los viejos tiempos.
Ella no había perdido su toque, siempre hacía diana, se ponía de puntillas, le miraba, sonreía y «bum» diana.
El seguía enamorado de ella, se alejó pero le dijo de quedar y no pudo negarse y a pesar de la nostalgia estaba feliz ahí con ella.
Era su turno, se giró para mirarla y de repente le dijo: «me voy a casar”. Bum diana. No había perdido su toque.